Ayer, 12 de julio, fue un día triste para todos los que admirábamos y seguíamos a uno de los autores más ingeniosos, auténticos e inteligentes que ha dado nuestro país. Solo un infarto era capaz de acabar con las incisivas letras del poeta madrileño Javier Krahe. Para los que le idolatrábamos (y para los que les quede la suerte de descubrirle), nuestro homenaje de corazón.
Niño bien del Barrio de Salamanca (Madrid), su carrera poco tuvo que ver con la acomodaticia posición que podría haber ocupado por nacimiento. Por amor se marchó a vivir a Canadá, donde Leonard Cohen y, sobre todo, las letras de George Brassens (uno de los máximos representantes de la chanson francesa) le marcarían de por vida. De él versionó sus Marieta y La tormenta, que se hicieron famosas cuando un trío calavera compuesto por él, Joaquín Sabina y Alberto Pérez actuó allá por la década de los 80 en el local La Mandrágora, que pasó a la posteridad por ser el lugar de grabación y aportar el mismo nombre al disco en directo que lanzarían con sus mejores actuaciones allí (1981).
Su historia nos hace recordar que los aires de libertad de la década de los 80 también tenían su cuota de censura, aquella que le incluyó en una lista negra por escribir una canción contra la hipocresía de Felipe González tras la entrada de España en la OTAN, representada en su Cuervo Ingenuo. En 1999, junto con otros conocidos amigos, como Santiago Segura y Pablo Carbonell, funda el sello discográfico 18 chulos, con la intención de dar salida a sus álbumes con independencia y sin presiones, aparte de poder ser plataforma para nuevos artistas.
Vivió discretamente, rodeado siempre de amigos que le querían y admiraban a partes iguales, huyó de los tumultos y multitudes, prefiriendo ser reído y admirado siempre en pequeñas, pero emblemáticas salas, como las madrileñas Café Central o Sala Galileo, acompañado por un público absolutamente fiel y entregado. Murió en Cádiz, y es que tenía que ser allí o en Madrid, ciudades donde repartía su tiempo y adoración. Nombrado pregonero de los Carnavales de Cádiz, el cazú, el pito típico de las chirigotas gaditanas hoy guarda silencio en señal de respeto.
Villatripas, Marieta, Cuervo Ingenuo, El cromosoma, No todo va a ser follar, Un burdo rumor, La hoguera, La tormenta, Nos ocupamos del mar… Es difícil escoger de entre su insigne obra una canción, pero quizá la más representativa en este día de su entierro sea Y todo es vanidad, aquella en la que alejaba de los ritos y homenajes post mortem, pues siempre fue hombre discreto y poco dado a las adulaciones, si bien un puñado de amigos y artistas de todas las artes le dedicó un disco homenaje en 2004 con el mismo nombre de esta canción. Entre ellos, Aute, Serrat, Iñaki Gabilondo, Diego Cigala, Rosendo o Enrique Morente. Gracias a mi conducta vagamente antisocial, temo no verme nunca encaramado a un pedestal, no alegrará mi efigie el censo de monumentos, no vendrán las palomas a rociarme de excrementos. Y es una pena, la verdad, porque sería muy bonito seguir de adorno en mi ciudad sobre un bloque de granito. Hasta siempre, maestro.
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Concha Gallén
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